Algunos de vosotros recordaréis que, hace unos meses, escribí un artículo con un oscuro vaticinio: los cines están muertos. Por casualidad, hace unos días, fui de nuevo al cine.
La verdad es que me dieron entradas: por cada 15 euros de consumo en un centro de ocio, una entrada gratis. Ni siquiera lo busqué, justo al pasar (pasear) vi el cartel y saqué el ticket de comida para cambiarlo.
La ilusión de encontrarme por un regalo inesperado y de recuperar una actividad de la "vieja normalidad" (ver cuántas tonterías hemos soportado en los últimos meses) bajó drásticamente cuando vi -con desmayo- la oferta de películas que tenía en frente a mí. a mí.
Al final me quedé con WonderWoman 1974, aunque no voy a hacer una crítica aquí, te aconsejo que tomes los desvíos necesarios para evitar verla. ¡Por suerte era gratis!
Si el panorama no cambia cuando se levanten las restricciones, aunque la gente quiera ir al cine, no encontrará nada que la motive, y lógicamente, ahora mismo los productores tienen cero incentivos (y posibilidades) para producir grandes películas cuando el público está en "No sé, no hay respuesta".
Pero eso de la espiral infinita, que como no hay buenas películas la gente no va al cine y como no va al cine no hace buenas películas, es otro tema… para otra discusión.
Lo que me trae al teclado hoy es la experiencia en sí misma. A pesar de haber visto la película con la máscara, de no poder comprar nada en la barra, los asientos separados (uno sí, otro no), a pesar de poder ver los tráilers de las películas que llegan, a pesar del sonido espectacular, de la imagen gigantesca... La magia se ha roto.
Es como esas parejas jóvenes que se separan un tiempo porque cada uno pasa el verano a una hora distinta y cuando se reencuentran algo ha cambiado y ya no tenemos la complicidad de hace unas semanas. Uno de ellos se movió en una dirección diferente, no necesariamente hacia adelante, simplemente diferente.
Puede que hayas madurado, o hayas descubierto que te apasiona algo diferente, o que dejar la relación y respirar aire fresco te haga darte cuenta de que la libertad que ahora disfrutas se valora más que lo que te ofrece la otra mitad… cientos de cosas, para cada una algo diferente pero con la misma conclusión.
No funciona más. Por supuesto que puedes encontrarte en la calle y tener un grato recuerdo de aquellos tiempos, reírte y divertirte, y volver a casa con una sonrisa, feliz de haberlo hecho. Pero si me preguntas, ¿alguna vez tendrías una relación constante como antes? la respuesta es no.
Sé que habrá personas que, como en el amor verdadero, estén dispuestas a reencontrarse y vivir juntas para siempre, pero yo, en este momento, ya estoy en otro momento.
Demasiados meses en los que puedo elegir lo que quiero ver, sin colas, sin palomitas rancias, sin refrescos. Además, por el precio de dos entradas, una vez al mes, pago en varias plataformas que me garantizan diversión sin fin.
Negar que las plataformas están reduciendo sus producciones para que las buenas películas se encuentren directamente en sus plataformas es negar la realidad.
Por supuesto, el hecho de que Disney+ se quede con su(s) canal(es) y emita directamente allí y en alquiler en el resto de plataformas es un gran culpable de la pérdida final de interés de las familias por ir al cine.
Quizá si hubiera visto una buena, muy buena película, mi opinión hubiera sido diferente. Pero no lo creo.
He vivido el paso de los cines a los multicines, he visto desaparecer los cines de barrio, sube el precio de las entradas y de las copas como si fuéramos estúpidos que no tienen más remedio que pagar lo que se les pide, escuchando argumentos que no sostener.
Así que el cambio no me molesta ni me asusta.
Todos sabíamos que algo iba a pasar, aunque sea una pena que los haya matado la pandemia, en lugar de verlos retorcerse en el suelo en agonía después de apretarnos los bolsillos al borde de romper cualquier romance en la relación.
Para mí, los pocos cines que se podrán salvar serán aquellos que estén ubicados en el centro, con suficientes espectadores cautivos (porque pueden caminar) para mantener las puertas abiertas.
Los multicines harían mejor en convertir una sala en un club nocturno, otra en un bar, otra en una sala de conciertos, etc. y mantener un par de salas para proyectar las películas, para que se reciclen en un centro de ocio/cultura.
Y a ver si de esta forma encuentran un nuevo público que pueda dedicar muchas horas a su “experiencia”, ya sea bebiendo y charlando (o cenando), viendo una película, bailando o escuchando un concierto.
Porque su público, tal y como le conocían, se quedará mayoritariamente en el sofá, ahorrándose decenas de euros cada fin de semana.
Y lamento mucho ser tan pesimista, pero cantemos un réquiem por los teatros*.
* Los cines no son películas, como las discográficas no son música y las librerías no son libros.